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Lo vulgar y el mundo al revés

  • Foto del escritor: Última Plana
    Última Plana
  • 30 oct 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 13 nov 2019

Por Stephanie Bernard



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Michelangelo Cerquozzi, El ensayo, c.1630-40.

Lo vulgar como entretenimiento no es un fenómeno actual; la literatura y el arte nos suplen vastos ejemplos de cómo comportamientos pueriles, referencias obscenas y sexuales eran requeridas para lograr un entretenimiento popular. El teatro nos ofrece un ejemplo: en la España del Siglo de Oro existía el entremés o pieza de un solo acto, que servía de diversión entre los actos de una obra principal. Se trata de comedia burlesca, donde los principales actores son empleados domésticos, campesinos y personas de baja clase social. En el entremés, lo vulgar es normativo; el mundo se invierte o es al revés. En el universo del entremés encontramos:


gestos procaces, meneos y abrazos lascivos, instrumentos de significación fálica, alusiones a las llamadas “enfermedades alegres” como la sífilis y, sobre todo, el fresco lenguaje verbal que, pese a lo inocente de su apariencia, encierra claves eróticas no tan ingenuas (1).

Lope de Vega explica cómo este género transcurría “entre plebeya gente”, “Porque entremés de rey jamás se ha visto, y aquí se ve que el arte, por bajeza de estilo, vino a estar en tal desprecio, y el rey en la comedia para el necio” (2). Con este comentario, Lope de Vega aclara la separación que existe entre el consumidor de entremés y el que aborrecía tales formas de teatro. Sin embargo, el mismo que dice aborrecer este tipo de representación, surge ser un consumidor pasivo de tal entretenimiento.


Y es que, el mundo al revés ofrece una oportunidad esporádica de alivio, de descanso a una sociedad austera y regulada como pretendía ser la España del siglo XVII. Pero, ¿qué sucede si esta inversión de normas presente en el entretenimiento popular se disipa y retoma nuestra cotidianidad? La brecha entre lo acostumbrado y lo excepcional, hoy en día se desmorona...


Sucede que un mundo automatizado, donde lo importante es producir al máximo sin pensar, ha causado que sólo una minoría tenga acceso y tiempo de adquirir una cultura general, ocasionando que un grupo limitado encerrado en una burbuja de la sociedad se encuentre a la cabeza de un gobierno. Completamente ajenos de la realidad, sus acciones no se repercutan en su entorno, más bien en el porcentaje restante, es decir la mayoría de la población.


Un ejemplo de este fenómeno no los brinda la situación actual de Inglaterra, donde un referéndum no pensado, creado por un destello de pasión política y carencia de reconocimiento por el primer ministro anterior, David Cameron, coloca a un país en un limbo político. Dentro de toda esta polémica, un personaje se ha aferrado a la situación que atraviesa el país para conseguir su momento de gloria: Boris Johnson, periodista de profesión que entendió que es más eficaz inventar una buena historia que exponer la verdad. Fue despedido de su primer trabajo en The Times por alterar una historia, pero esto no lo detuvo en su carrera profesional, logrando un puesto en Daily Telegraph. Su carrera política está llena de episodios mordaces; comentarios racistas, escándalos extramatrimoniales, sin olvidar su intencionalmente desarreglada apariencia física frente al público. Johnson comprendió que la única manera de ser efectivo es acercándose al mundo popular. Mientras la incertidumbre de un país afecta al desarrollo económico, y la inflación de la libra se hace más evidente, Boris Johnson goza de una fanaticada, una fanaticada que se identifica con el mundo al revés de Boris Johnson. Nada es certero en este mundo, como escribe Fintan O’Toole, cuando las cosas están muy serias, hay que llamar al payaso (3) aludiendo a la destreza política de Johnson. Donald Trump, por otro lado, se sitúa al frente de esta nueva tendencia política, por no decir que fue su creador: continuando su campaña durante toda su presidencia, publicando constantemente en redes sociales, utilizando todos los medios a su alcance para difundir su personaje de rico empresario que logra identificarse con cualquier ciudadano de clase media o average Joe.


Este nuevo tipo de política ha conseguido que lo vulgar sea normalizado y esperado/deseado por parte de un político. ¿Hemos invertido hoy el entremés por la pieza principal? Slavoj Zizek en Newsweek habla sobre el regreso de la vulgaridad pública en la política (4), en una crítica este autor alega que las reglas se desintegran, lo que era impensable decir en público en el pasado puede ser pronunciado hoy día sin ninguna consecuencia. Zizek atribuye la causa de este fenómeno al alza del political correctness —la necesidad de modificar constantemente términos para no ofender a ninguna persona. Cuando la lengua se hace políticamente correcta, un asesinato se convierte en un crimen de pasión, una tortura en una técnica de interrogación efectiva, comentarios obscenos se convierten en locker room talk (conversaciones de baños/vestuarios) y comentarios racistas en simples excentricidades charms de un extravagante. En un mundo al revés, el payaso es inmune; inmunidad que resalta el cura a los guardias que detienen a don Quijote:


como don Quijote era falto de juicio, como lo veían por sus obras y por sus palabras, no tenían para qué llevar aquel negocio adelante (arrestar a Quijote), pues, aunque le prendiesen y llevasen, luego le habían de dejar por loco (5).

Es esta misma inmunidad la que disfrutan los políticos como Trump y Johnson, y la que se seguirá empleando durante esta nuestra época de puro entremés y diversión popular. (1) Huertas Calvo, Javier. Stultifera et Festiva Navis (De bufones, locos y bobos en el entremés del Siglo de Oro), Nueva Revista de Filología Hispánica, T. 34, No. 2 (1985/1986), p. 691-722. (2) Ibíd. (3) https://www.nybooks.com/articles/2019/08/15/boris-johnson-ham-of-fate/ (4) https://www.newsweek.com/return-public-vulgarity-425691 (5) Don Quijote, cap.46.

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