Su castillo
- Última Plana
- 18 oct 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 13 nov 2019
Por Aurora

En frente, la oscuridad más densa. No sabía dónde estaba, tan solo iba a través de esa senda negra y sin contornos. Avanzaba como sabia ciega sin bastón, apoyándose meramente en lo que, al tacto, parecía una inmensa pared. Trató de aguzar el oído. Pero, el silencio infinito lo invadía todo. De repente, el ruido de las gotas de agua que caen dentro de una tranquilidad infernal. El agua fría en sus pies, el sonido de su lenta respiración y, sobre todo, el viento caluroso de procedencia incierta la sacan de su pasividad mental.
A lo lejos, como alma fuera del cuerpo, ella misma distingue su rostro severo en medio del abismo negro. Cubierta completamente de una sustancia líquida y viscosa de color oscuro, sigue despacio por el túnel del pesado vacío. La luz brillosa y cálida, de allá, la llama. Esa claridad deslumbrante de la aurora preludia el final de aquel camino interior. Entonces, finalmente, cuerpo frío y luz áurea se entrelazan.
Del otro lado de la zona radiante, un espléndido y gigantesco palacio antiguo da la bienvenida. Los ojos de la niña se abren como dos grandes soles. Maravillados, los ojos de la inocencia se asoman a contemplar el impresionante lugar estancado en un tiempo remoto. Y, ante ella, la enorme escalera que, con su real y roja alfombra, la invita a subir. En cada descansillo, un objeto aparece. Las viejas armaduras y armas. Los nobles trajes. Las pomposas cortinas. La enorme estructura de piedra. Todo contribuye a mantenerla en su dulce quimera infantil de sentirse princesa. Una sensación extraña surge. Por primera vez se percata de su cuerpo de niña, de sus pequeñas y frágiles piernas que suben con ligereza cada escalón, alto y aventuroso. ¡Qué alegría inocente y maravillada!
De un vistazo lo abarca todo con tierno asombro. Mientras la subida prosigue, al decoro de las escaleras de piedra se añade une hermosa estructura de madera. Caoba lisa y sedosa al palpar de la inocente. El final de las escaleras entonces se vislumbra. Un viento de aire marino se levanta. El alma pura se deja enlazar por un millón de sensaciones fantásticas. El ascenso al último escalón lleva, por segunda vez, a la hipnosis y a la fascinación desmesurada. Los dos luceros de su rostro se abren maravillados ante tremendo espectáculo. Delante, un majestuoso trono, un sin fin de ventanales, y la grandiosidad del espacio medieval. El goce y la picante curiosidad de la niña la llevan a subir a aquel lugar alto. Estando allí, su corazón palpita y se emociona ante el magnífico escenario.
Siente que se acerca el fin del júbilo. Ahora es tiempo del descenso, el cual va gradualmente acompañado de una sensación indescriptible para aquella mente infantil. Al bajar y mirar afuera de los ventanales, algo en el paisaje le inquieta. A través de los cristales el ancho mar se extiende en el firmamento. La contemplación del cielo, gris y azulado, provoca un pensamiento triste de su pasado. Su cuerpo huye esa sensación y se da la vuelta, porque espera deshacerse de aquel recuerdo malo que amenaza con surgir.
Conmocionada, la niña levanta los ojos para mirar hacia lo que está en frente. Su mirada se topa con una escalera hundida en la penumbra. Escalones que anuncian la caída, la vuelta a las profundidades oscuras. Ella sólo observa detenidamente aquel lugar tenebroso, su mente a la deriva. La niñita decide volver a volcar lentamente la mirada más allá de los cristales. Al ver aquel horizonte gris e infinito, piensa: ¡No quiero bajar!
Sabe que no puede permanecer en aquel inmenso castillo encantador. Entonces, su única forma de escape es abrir sus ojos a la realidad, despertar de su sueño...






Comentarios