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Rebeca

  • Foto del escritor: Última Plana
    Última Plana
  • 28 mar 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 29 mar 2019

Por Belinda Palacios



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Leaving por Joanny Vitta


No te comas los labios. Lo siento, dice ella y voltea a mirarme con una sonrisa forzada. Bueno, dice, cuéntame algo. He vuelto a comenzar el Señor de las Moscas, le digo. Ah, responde. Es una peli, ¿no? Sí, también una obra de teatro, pero fue un libro primero. Ella asiente, con la cabeza en otra parte. Deberías leerlo, digo. ¿Para qué?, pregunta, llevándose un mechón de pelo a la boca. Por todos los dioses, si no son los labios es el pelo, me digo algo irritado. Estamos sentados en la terraza de una cevichería hace casi cuarenta minutos, esperando que nos traigan los platos y la espera se me está haciendo insoportable.


Deberíamos terminar de una vez, pienso, no tenemos nada en común. La miro de reojo. Se sigue masticando el pelo, pero lo cierto es que nadie puede negar lo bonita que es. Sí, pero mira cuánto te sirve su belleza, me digo entonces, sin saber cómo volver a romper el hielo. Oye, me han llamado de nuevo, para un casting, me dice de pronto. Lo malo es que si me escogen tendría que faltar un tiempo a la universidad. No lo hagas, replico yo. Ella frunce el ceño.


Escúchame, no te lo tomes a mal, yo sé cuánto quieres ser actriz, pero es que tienes que priorizar la universidad, tienes que pensar en tu futuro también. ¿O sea que, según tú, mi futuro no es la actuación?, pregunta ella, con un dejo de rabia en la voz. No es eso, respondo, pero al final pienso que sí es eso y que tengo hambre y pocas ganas de discutir y me quedo callado. Ella vuelve a incrustar los dientes sobre el labio inferior y yo apoyo mi cabeza entre las manos. -  ¡Maten al cerdo! ¡Córtenle el cuello! ¡Derramen su sangre! pienso, pero algo me dice que el refrán no es así. Trato de acordarme, pero no me sale. ¿Era el cerdo o la fiera?


-¿Ah? , digo. Que a quién le dices cerdo, repite ella, mirándome desconfiada. Al fin ha liberado la piel de entre los dientes y una gota de sangre aflora en su labio inferior. Se me escapa una risita. Lo siento, le digo, estaba pensando en el libro, no me di cuenta de que estaba pensado en voz alta. Ella se limita a encoger los hombros, pero no dice nada. Hace ademán de llevar las manos al vaso que tiene en frente, pero detiene el gesto en el aire, como si acabara de recordar algo. Sus ojos parecen vacíos... ¿Estás bien?, pregunto, sintiéndome un poco alarmado. Una mosca se posa sobre su mejilla y ella baja la mano, sin mirarme. Otra mosca aterriza entonces sobre la herida que se ha hecho en la boca y se queda ahí, pero ella no hace ni el mínimo esfuerzo por ahuyentarlas. ¡Oye! Tienes una… ¿No vas a espantarlas?, pregunto, pero ella no se mueve, no reacciona. La mosca le camina ahora sobre la frente. Me voy, suelto. Me paro, mirándola sin poder creerlo y un escalofrío me recorre por la espalda. ¡Mata a la fiera! ¡Córtale el cuello! ¡Derrama su sangre!, un sonido gutural, salido de ninguna parte, Rebeca, ¿qué…? comienzo a decir, pero los ojos se le van hacia atrás y yo suelto un grito, alejándome de un salto de la mesa. Mis pies se enredan con mi mochila en el piso y caigo estrepitosamente al suelo, paralizado por el pánico.


Entonces la escucho reír. Eres un pobre imbécil, Andrés, me dice. ¿Qué…? balbuceo, pero antes de lograr formular cualquier tipo de pregunta, ella se para, coge su cartera y se va. Nunca más la volví a ver.

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