Nefelibato
- Última Plana
- 24 nov 2020
- 11 Min. de lectura
Por León Cuevas

La primera vez que lo vi yo bajaba corriendo con unas bolsas de basura para dejarlas antes de que el camión recogedor se fuera. Justo estaba parado tratando de abrir la puerta, cargando también un par de bolsas en una mano y en la otra sus llaves en la cerradura.
–Hola, ¿sabes de casualidad qué otros días pasa la basura? –me preguntó.
Me llamó mucho la atención desde ese primer instante, era muy blanco de piel, casi pálido, delgado, de facciones finas, tenía buen estilo para vestir, su cabello era pelirrojo, algo poco común en México.
–Pasan también los jueves –respondí quedándome casi paralizada.
–Bien, porque tengo mucha basura que sacar y no alcanzaré a juntar toda hoy.
–¿Gustas que te ayude?
–No es necesario, ya me diste un dato importante –sonrió al decir eso. Me sorprendía esa manera de hablar tan correcta.
Abrimos la puerta y corrimos hacia el camión basurero que estaba a punto de arrancar, casi les arrojamos las bolsas a los muchachos, si no es porque el móvil se detuvo. Regresamos a la casa, me dijo que acababa de mudarse apenas el día anterior y estaba terminando de sacar cosas de sus cajas. La residencia en donde vivíamos había sido una mansión enorme que la dueña decidió separar en varios departamentos desde que murió su esposo.
–¿Cuál es tu nombre? –le pregunté después de conversar un rato.
–Funes.
–¿En serio?
–Lo sé, es un nombre demasiado raro.
–Te llamaré Fun –le dije riendo.
–¿Fun? Suena muy chistoso, valga la redundancia.
Además de su cabello pelirrojo natural y su manera tan correcta de hablar, me llamaba la atención que tenía un aspecto de ser muy despistado, como de estar en las nubes.
–¿Cómo te llamas tú?
–Rebeca.
–También es un nombre singular. Bueno, señorita Rebeca, voy a seguir desempacando mis cosas.
–Hasta luego Fun –subí las escaleras para ir a mi departamento, desde ese momento no podía sacarme a Fun de la cabeza.
Cada vez que bajaba me ilusionaba en volverlo a encontrar. Las primeras ocasiones me percaté de que estaba en su departamento porque oía la tele prendida, pero al parecer nunca coincidíamos; sin embargo, conforme pasaron los días y las semanas me di cuenta de que jamás salía y eso me intrigaba. Un día me posé junto a su puerta, llegué a preguntarme si se habría muerto y no tendría familiares que lo reclamaran. Era verdad, en ese momento me di cuenta de lo poco que sabía sobre él. ¿Tendría familia? ¿Vivirían en otra ciudad? ¿Tendría amigos? ¿Y si tiene pareja? Un día, salió el vecino, Don Lorenzo, que habitaba el departamento adjunto al de Funes. Era un astrofísico ermitaño. Me vio poniendo el oído en la puerta, frunció el entrecejo y se acomodó los lentes.
–¿Espiando al nuevo inquilino? –dijo con esa voz chistosa característica de algunos científicos que se la pasan pensando todo el día. Al momento no quise responderle sobre sus hábitos bastante extraños, como cuando subía a la azotea con su telescopio y sus cobijas para pasar toda la noche.
–Solo me llama la atención que casi no sale de su cuarto, parece como si se hubiera muerto –contesté de manera cortante pero a la vez preocupada.
–No seas tonta niña, es solo un muchacho raro, yo lo he visto a lo mucho dos veces. Pero también toma en cuenta que lleva poco tiempo aquí, luego existen individuos que no les gusta darse a conocer de inmediato en un nuevo hábitat –dijo Don Lorenzo y acto seguido se salió a la calle. Yo hice lo mismo unos minutos después, al no escuchar sino el sonido de la tele en la habitación.
Regresando de la calle me encontré a la dueña de la casa que entraba en ese momento, al verme me cobró la renta antes de tan siquiera saludarme. Era una señora odiosa, déspota y amargada. Vivía de las rentas, además de tener la herencia y pensión de su difunto marido, dinero con el cual se forraba de vestidos elegantes y joyas exóticas. Subí a mi departamento para ir por el dinero y en eso salió otra vecina que residía en el departamento de al lado. Andrée era su nombre, parisina de origen y residía en México ya desde hace unos años, estudiaba veterinaria y amaba cierto tipo de animales. Siempre fui cómplice para que la señora Leonor no se enterara que tenía un conejo blanco de mascota en su alcoba y la corriera de la casa. Andrée llevaba un fajo de billetes para la señora Leonor, apenas iba yo saliendo de mi departamento con el dinero cuando ella ya estaba subiendo al suyo, abrió su puerta y me sonrió antes de meterse. La sonrisa de Andrée era encantadora, parecía estar siempre de buenas. Bajé y le di mi dinero a la casera, quien fríamente me recibió los billetes arrugados. Subí lento, esperando que tocara la puerta de Funes pero no pasó nada, la señora se fue, supongo que todos los del piso de abajo ya le habían pagado. En ese nivel se encontraban los departamentos de Don Lorenzo, Fun y de una pareja, Alicia y Jordán. No sabía mucho de ellos, solo que la mujer siempre estaba en cama y se sentía mal por cualquier cosa. En el piso de arriba nos encontrábamos Andrée y yo.
Un día, después del cobro de renta, me armé de valor y decidí bajar a tocar la puerta de Funes, lo hice una vez y no pasó nada, se escuchaba como siempre el sonido de su televisor al fondo. Di un segundo golpe y escuché que se aproximaba, el corazón me aceleró al oír sus pasos, me abrió y se le veía una cara de recién despierto, estaba en playera y boxers. Cómo era posible que apenas despertara si ya era cuarto para la una de la tarde. En esa ocasión yo no tenía clases por ser día festivo, pero al parecer él siempre estaba en días festivos, ahora entendía que su único pasatiempo era dormir todo el tiempo.
Se me quedó viendo fijamente como tratando de reconocerme, en sus ojos no se veía un cansancio como de desvelo, se sentía incluso una sensación de que había tenido un descanso profundo.
–Eres Rebeca, la chica que me dio la información sobre los días que pasa el camión de la basura, ¿cierto?
–Creí que no te acordarías –dije sorprendida.
–Suelo recordar muchas cosas, si gustas puedes pasar, no he tendido la cama como podrás imaginar, pero eres bienvenida.
–Gracias –me sentí nerviosa al entrar –. Casi no sales de aquí ¿verdad?
–No, me la paso viendo películas, leyendo o durmiendo. De hecho dormir es lo que más me gusta hacer, pero algunas veces concilio el sueño hasta altas horas de la madrugada, lo cual me permite recordar o memorizar cosas.
De cierto modo su habitación tenía algo que invitaba a reposar. Era toda blanca, incluyendo los pocos muebles, los edredones y las sábanas de la cama, las cortinas cerradas. Lo único que era de otro color era su televisor de pantalla plana, sus múltiples libros en su blanco librero, sin olvidar su cabello pelirrojo. Parecía una cabina para dormir, me sería raro pensar en dificultades con el descanso en ese espacio narcoléptico.
Estuvimos platicando, aunque la charla era más bien un monólogo de él sobre la literatura, sus palabras reflejaban un verdadero amor por las letras, lo cual me parecía encantador. Conforme hablaba yo me iba acercando discretamente, tenía tantas ganas por probar los labios de mi misterioso lector despistado. Hubo de pronto un momento de silencio en el que nos quedamos viendo, deseaba sugerirle que nos sumergiéramos en su sueño profundo, meternos entre sus sábanas. Me fui acercando poco a poco a él, miraba sus ojos adormilados pero hermosos. Me acerqué más, todo parecía ser un momento justo, pero se arruinó cuando esquivó mis labios y sentí un horrible desconcierto mezclado con vergüenza. Su expresión había pasado de ser adormecida a una especie de temor, como si tuviera naturalmente un rechazo hacia mí.
–Perdón –me alejé de él y me levanté de la cama rápidamente.
–No te preocupes –dijo de manera muy seca.
Salí de esa habitación sin voltear atrás, subí las escaleras corriendo. En el camino me encontré a Andrée quien tenía en brazos a su conejito blanco, como siempre me saludó amable y yo le respondí de manera muy fría, de inmediato me metí a mi departamento. Al otro día no quise bajar por temor de encontrarme a Fun. Al día siguiente tenía escuela temprano, así que me apresuré y bajé con cautela, pero era evidente que no habría señales de él a tan tempranas horas de la mañana, seguro estaba profundamente dormido, solo se escuchaba como siempre su televisor.
Durante la escuela estuve pensando en cómo compensar tan vergonzoso momento, y se me ocurrió la idea de comprarle un libro, el problema sería saber cuál. Para mí que no sé casi nada sobre letras, después de ver su montón de libros bien ordenaditos, buscar uno para regalarle iba a ser un gran reto. Eso me estuvo dando vueltas durante todo el día en la universidad. Al terminar clases me bajé del camión antes de mi parada habitual para ir a la librería. Llegué al gran establecimiento tan desconocido para mí, una enorme tienda con tres pisos llena de filas y filas de libros, varios trabajadores uniformados consultaban títulos en monitores, para buscar lo que la gente preguntaba. No tenía una reverenda idea de qué hacer ni por dónde comenzar. Consulté mejor a un trabajador flaquito de lentes, con cara de virgencito. Le hablé con expresión de coqueteo y de inmediato me atendió.
–¿Busca algún título en especial señorita?
–Sí, ¿me podría ayudar? busco un libro para una persona a la que le gusta leer mucho.
–Creo que debería ser un poco más específica, ¿no? –el muchacho frunció el entrecejo.
–Lo sé, lo sé –respondí riendo –. Le describiré a esta persona y espero que pueda darme un libro que pueda ser ideal para él.
–¿Él? –dijo el muchacho con rostro de decepción, como cuando alguien que está a punto de hacerte la plática se entera de que tienes novio.–A ver descríbamelo –dijo ya con un poco de resignación.
–Es una persona a la que le gusta mucho dormir, se encierra seguido y se pasa la vida leyendo o viendo películas del Netflix, sabe mucho sobre literatura. Estoy casi segura de que es bastante cauteloso en cuanto se trata de relaciones, así como lo es al escoger un libro. Tiene otra característica, una muy buena memoria.
–No le garantizo nada, señorita, pero creo tener el libro indicado para esa persona, deme unos minutos por favor –dijo el muchacho. Se fue por unos momentos y regresó con un libro de color blanco.
–Espero este sea el perfecto, mucha suerte.
Después de agradecerle la recomendación me dirigí a la caja para pagar, aquella certeza con la que el joven me aseguró que se trataba del libro ideal me hizo tener una esperanza para reponer mi torpeza con Fun y poderlo conquistar de manera más cuidadosa. Vi al autor y el título, pero no les presté mucha atención, solo me importaba el detalle de salvación, por supuesto esperaba que mínimo le agradara. Pasé a una papelería de camino para comprarle un bonito papel de regalo. Llegué a la casa y me acerqué a su departamento, me latía fuerte el corazón. Le toqué quedito primero, no pasaba nada. Estaba pensando en ese momento, ¿por qué su departamento era más pequeño que los demás? Tal vez era una persona humilde y su poco sueldo lo gastaba en libros, en comprar la comida indispensable y en pagar el Netflix. Pero de pronto pensé ¿en qué trabajaría una persona que duerme todo el día? ¿Acaso le pagan por hora de sueño? Porque si era así, que me pase el contacto del lugar en donde labora para también llevar mi currículum. Aunque una persona que no duerme mucho y que olvida cosas no sería un buen elemento para tal corporación. Toqué una segunda vez más fuerte, pero seguía sin tener respuesta. Tal vez seguía dormido o había salido por un momento. Le dejé el libro recargado en su puerta y con una nota que decía “Espero que no tengas este ejemplar, ojalá te guste, atentamente: Rebeca”.
Pasaron dos días sin tener respuesta de él, ya sabrán que la ansiedad me carcomía, estaba casi segura de que había recibido el libro porque ya no estaba ahí recargado en la puerta al poco rato de haberlo dejado, y dudaba que Don Lorenzo o algún otro de los inquilinos tomara lo que no es suyo; aunque pareciera ingenuo, confiaba en mis vecinos. Para el jueves recibí una llamada de José, a este chico lo conocía desde la infancia y a partir de la preparatoria empezamos una especie de romance prolongado, es decir, siempre fuimos amigos, pero cuando estábamos sin pareja y cada que se podía, pasábamos nuestros buenos ratos de pasión. Tenía tiempo que no me llamaba, cuando me dijo que me quedara esa noche en su departamento a dormir, pensé unos instantes en Funes, pero al no ver ninguna respuesta de su parte, acepté ir con José. Tal vez haya sido la primera vez que en la cama de mi eterno amante siguiera pensando en otro hombre. En el silencio y la oscuridad me sentía ajena e incómoda en su habitación mientras él dormía desnudo. Tenía tantas ganas de encontrarme en esa misma situación, pero en aquella acogedora recámara de Funes, esa vez no dormí en toda la noche pensando en él. Al momento de que el sol hizo su aparición comencé a vestirme, José despertó cuando ya estaba lista para irme y le pedí de mala gana que me abriera la puerta, pero José era insistente. Recordaba a Funes ignorándome y acto seguido hice imágenes fantasiosas de él aventando mi regalo a algún rincón. Todo eso hizo que aceptara quedarme hasta las tres de la tarde en casa de mi amante, pero seguía sintiéndome incómoda. Era extraño, como si esta vez sintiera culpa por el desliz con José y era lo más triste porque me sentía desleal a alguien que apenas me recordaba, era como estarme atando a algo irreal.
Regresé a casa y llegué hasta las cinco de la tarde para encontrarme una inesperada situación; el departamento de Fun abierto y vacío. Entré rápidamente y en el espacio me sentí más sola que nunca. Seguí parada y pasmada, aquel momento a solas con la cabina del sopor se vio interrumpida de pronto por la pesada presencia de la señora Leonor.
–¿Se le ha perdido algo señorita Rebeca?
–Tal vez algo muy importante señora.
La señora Leonor suspiró.
–Estoy consciente.
–¿Cómo es que lo sabe? –pregunté frunciendo el entrecejo.
–Por el libro que le regalaste, nadie le daría algo que le gustaría tanto.
–¿En verdad? Pero, ¿cómo sabe eso?
–Pues nunca lo había visto tan feliz, tampoco había visto que alguien se preocupara tanto por él como para darle un detalle que considerara valioso. Cuando mi hijo me contó todo sobre ti, creí que esta vez se quedaría en un lugar estable.
Sentí un vértigo extraño al escuchar eso, Fun era hijo de esa amargada y, además, el heredero de la casa.
–¿Y a donde se fue, señora?
–Ni esperanzas tengas de verlo pronto, se fue muy lejos. Acabo de dejarlo en el aeropuerto, va volando ahorita hacia Suecia, no sé cuánto tiempo quiera vivir por allá. Quise dejarle sus muebles y su cama aquí por si algún día pensaba regresar, pero ayer en la tarde pedí un camión de mudanzas y los trasladé a la casa en donde habito. Prefiero que cuando regrese viva conmigo. Tal vez se establezca cuando sean ya mis últimos días de vida, algo debe obligarlo a tener una vida fija.
–¿Siempre cambia de lugar para vivir?
–Sí, mi hijo es un alma demasiado libre, lo único que le importan son sus libros –dijo con cierto resentimiento –. Siempre parece estar en otro mundo. Desde muy jovencito fue alguien independiente, viajando a otras ciudades y consiguiendo trabajitos temporales para vivir o algunas veces viviendo solo del dinero que le mando, pero nunca se queda en un sitio para construir su vida, solo se muda dejando cosas y personas en cada lugar.
Quedamos en un incómodo silencio por unos segundos.
–De verdad creí que regresando a la casa de su infancia y en donde murió su padre dejaría atrás la vida nómada, pero bueno, no todo se puede –dijo dándose la vuelta –. Por cierto, te dejó el libro que le regalaste con una nota, me encargó mucho que te lo diera.
Doña Leonor sacó aquel libro blanco que ahora se veía bastante usado, como si lo hubiera leído unas dos o tres veces. Al tenerlo en las manos lo comencé a hojear, aún seguía sin saber de quién era o de qué se trataba, me sentía un tanto satisfecha porque mi objetivo había sido cumplido. En la primera página había una nota que decía:
Querida Rebeca:
Muchas gracias por esto, fue muy atinado tu regalo, no quise llevármelo conmigo, prefiero que ahora tú lo leas y tengamos algo en común por siempre.
Ayer subí a buscarte para despedirme de ti, pero no te encontré, me dio mucho gusto haberte conocido.
Con cariño, Funes (Fun).
Al terminar esta carta me di un golpe en la frente, pude haber estado con él y decirle adiós, tal vez acompañarlo hasta el aeropuerto. Perdí algo que jamás tuve, es idiota tener ese tipo de dolor. Desde esa ocasión le pedí a la señora que me cambiara al cuarto en donde estaba Fun. Ahora habito ahí y no sé si sea algo mental, pero siento que duermo mejor. Cada noche tengo la esperanza de que él regrese, o encontrarlo en algún profundo sueño. De igual manera, tengo el anhelo de poder descifrar una señal entre las páginas de nuestro libro que me lleve a él.






Comentarios