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Libertad

  • Foto del escritor: Última Plana
    Última Plana
  • 17 ene 2018
  • 3 Min. de lectura

Por Oscar Vázquez

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Inspirado en la pintura: “La liberté guidant le peuple” de Eugéne Delacroix


Atrás quedaron los años de la Revolución Francesa y el imperio de Napoleón; la monarquía había sido reinstaurada desde hace algunos años y Carlos X era el monarca de Francia; el totalitarismo se imponía y lejos se escuchaban “liberté, fraternité, egalité”, frase insigne libertaria, desfallecida y agonizante, representada por tres mujeres próceres de nobles ideales. Mujeres hermosas en el imaginario; seductoras de grandes hombres. Pero tú destacas de entre ellas, eres la más hermosa y deseada de las tres: teniéndote a ti las otras dos, sin duda, desearan conformar la orgía de la democracia.


Era un 26 de julio de 1830, cuando al unísono Carlos X suspendió la libertad de prensa, disolvió la cámara y limitó el voto: la monarquía absolutista comienza a estrangular al pueblo francés, que, con el espíritu revolucionario que lo caracteriza, decidió hacerle frente, recordando las mieles de aquellas tres diosas que alguna vez poseyó. Tú le hablas… le susurras al oído, lo tomas de la mano, buscas excitarlo y que te demuestre su hombría; quieres estar nuevamente en su lecho, no hay otro pueblo por el que deseas ser tomada, atrás quedó tu hermana la Grecia expirando sobre las ruinas de Missolonghi en 1826, con el que Eugéne Delacroix comenzaba a esbozar a aquella mujer con la que representaría los idilios de libertad del pueblo francés.


Comienzan las tres jornadas gloriosas: el 27 de julio, el pueblo se reúne en las primeras manifestaciones y organiza algunos comités, su excitación corre por sus venas, a lo lejos te vislumbra: a la gloria que lo espera. Te ve, te responde apretando tu mano y tomándote de la cintura te acerca hacia él, está dispuesto a luchar, a derramar sangre sobre tu vestido blanco; es un día azul veraniego, el sol está en su apogeo con 35 grados; tu hombre suda, la excitación es mutua. Le sonríes.


No hay acuerdo, el 28 de julio los franceses hacen uso de su mejor invento: las barricadas toman el centro de París, se desenvainan espadas, las bayonetas aparecen, la sangre comienza a correr por las calles, la promesa cumplida aparece representada por cientos de banderas tricolores. Tu hombre no soporta más, su pantalón no puede contener más su excitación, te besa, te abraza, sientes su erección, rasga tu vestido, quiere ver a los representantes de la libertad natural de la que alguna vez fue parte: tus pechos; los ve y los acaricia, desea besarlos; lo apartas, agitada, soportando la excitación, sabes que si prolongas un poco ese momento será aún más vigoroso el final. Corres tomando una bayoneta y con la parte del vestido rasgado logras hacer la bandera más colorida de todas: el rojo es sangre fresca, el blanco tú pureza real y el azul el cielo a donde deseas llegar; el pueblo francés se lanza a la lucha cuerpo a cuerpo. Dos niños precoces se lanzan a la batalla junto con obreros, hombres que solo añoran aquello que les pertenece.


Ya es 29 de julio, tu hombre te tiene en su lecho, con tu humedad lo sujetas de su erección, tu excitación está en su clímax, tu orgasmo explota alimentando el cauce del río Sena: el monarca Carlos X ha caído, la algarabía invade las calles de Paris, el totalitarismo ha sido derrotado. Tu hombre también quiere terminar, disfruta de ti, sabe que muy pocas veces te tendrá, quién sabe y esta sea la última ocasión: Lafayette recibe al Duque de Orleans, es coronado bajo el nombre de Luis Felipe I, el rey de las barricadas, instaurándose una monarquía constitucional; tu hombre no puede más, infla sus pulmones, te toma de la cintura con sus dos manos para una última embestida, tu humedad sigue sujetándolo, su erección llega al clímax, te embiste una, dos, tres veces… su orgasmo es mayúsculo, sus ojos se inyectan de sangre, su boca se abre dando un grito final: Libertad.


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