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La manita

  • Foto del escritor: Última Plana
    Última Plana
  • 21 abr 2021
  • 2 Min. de lectura

Por Stephanie Román


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Aún recuerdo cuando te fuiste. A pesar de que era pequeña y que mi concepción de las cosas aún no estaba muy clara, sabía que te irías; no por cuánto tiempo ni si era a un lugar lejano, no, solo sabía que te irías de mi lado. Te vi llorando con mi abuela, mi abuelo, que nunca llora, y no entendía el por qué.


Aquel día me peinaste como siempre y me vestiste de la mejor manera. Aquella tarde, tendría una fiesta de cumpleaños en el kinder y creíste que para la ocasión sería bueno llevar un vestidito verde y unos zapatitos de charol. En fin, estaba tan emocionada por la piñata y los dulces que no pude ver tu rostro angustiado, o tal vez en llanto, no lo sé, por la futura separación.


Hasta que llegamos al aeropuerto internacional Jorge Chávez. Me estabas cargando y yo, como siempre, echadita en tu regazo. Seguramente ya presentía algo, por lo que no quise separarme de ti cuando ibas a entrar a migraciones. No te soltaba, me aferré fuerte a tu cuello y no quería nada con nadie. Normal, tenía tan solo tres años y medio. Mi mundo se reducía a ti, a los abuelos, al tío, pero, en realidad, hasta ellos giraban en torno a ti.


Mi abuela se acercó y me dijo “vamos mamita”. A ella le tenía un gran cariño también, no comparable con el tuyo, no, pero era un cariño tan especial que me llevó a soltarme un poco de tu cuello, pero, sin dejar de abrazarte. Solo bastó esa maniobra mía para que mi abuela aprovechara y me cogiera de tus brazos. En mis recuerdos, un eco, un grito infantil sin fin y sin vuelta: “MAMÁÁÁ”. Y mis brazos, estirados, arrancados de ti, inclinándome con las manos abiertas para intentar volver hacia ti; pero, todo mi esfuerzo fue en vano. Tú ya te habías apartado un buen tramo de nosotros. Yo lloraba, no paraba de llorar. Mi abuela lloraba, mi abuelo lloraba, todos llorábamos. No recuerdo si tú también llorabas, pero, sí que te nos despedías moviéndonos « la manita ». Y en la otra, llevabas una maleta, y junto a ella, toda la deuda familiar que habías decidido afrontar sola en Suiza. Y junto a todo ello, la pena de tenerme que dejar.


Tu mano que se despedía quedó marcada para siempre en mi mente, un recuerdo que baja instantáneamente a mi corazón y que hace que se me ponga en forma de manita; en una manita que decía no sólo un adiós como los que solemos decir día a día, sino un “adiós mi Perú, adiós mamá, adiós papá, adiós trabajo, adiós amigos, adiós vida, adiós mi vida, adiós hijita”.

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