top of page

La cena

  • Foto del escritor: Última Plana
    Última Plana
  • 10 dic 2018
  • 3 Min. de lectura

Por Belinda Palacios



ree

No, te digo, no, no, no me obligues, no puedo comer ahorita. Diles que no me encuentro bien, que estoy enferma o que me he ido o que estoy muerta. Que nos hemos muerto de forma imprevista, que ya nos has enterrado a ambos en el jardín. Diles lo que quieras, lávate las manos, pero yo no puedo subir las escaleras y sentarme a la mesa y pretender que todo está bien, no con estas lágrimas ante sus ceños fruncidos espiando de reojo algún indicio en mi cuerpo. Te ruego que me permitas quedarme abajo, por favor, repito sorbiendo los mocos la cara húmeda como un ser anfibio, por-fa-vor, pero tú me fuerzas con tu odio a subir las escaleras, nos detestas como si la vida humana se materializara como por arte de magia, como si fuera enteramente mi culpa cuando fuiste tú quien quiso hacerlo en primer lugar. 


Me encuentro luchando contra mi garganta, para que me deje tragar los pequeños trozos de pan que corto con dedos trémulos. Cada pedazo de alimento me pasa raspando el esófago y siento que me ahogo, con los ojos a punto de estallar de lágrimas y las vísceras contraídas y la respiración entrecortada, mientras que tu hermana esboza una burla siniestra en los labios y tus papás intentan no mirarme mientras intercambian comentarios banales sobre su día. Intento guardar la compostura aunque he perdido la batalla contra el llanto, y lo único que quiero es salir corriendo, escaparme de esto yo sola pero no puedo ir a ningún lado porque tú ya has terminado tu entrada y tus ojos están rojos de ira y me abres. Me abres con indiferencia y de reojo, te veo. Te veo a ti, deglutiendo ávidamente tu cena.


Cortando un pedazo de mi carne, masticando mi cerebro, tragando parte de mi corazón. Engulles una porción de mis pulmones, una fracción de mis vísceras y sorbes mi sangre. Y no me queda más remedio que dejarme morder por tus dientes y que me muerdas y me rompas y desgarres hasta que ya no quede rastro alguno de mi carne, ni de mi cuerpo ni del suyo. Nada, sólo una pasta informe y difusa que antes eran dos seres y ahora es ninguno. Y mientras yo aún batallo por acabar mi pan casi reducido a migajas, sé que tú ya has acabado con nosotros. Lanzo un aullido, tiro un vaso contra el centro de la mesa, me paro de un salto dejando caer la silla con estridencia. 


Cinco pares de ojos me escrutan fijamente, pero nadie me dice nada. Nadie me dice nada y todos vuelven a sus platos como si todo estuviera bien, cuando claramente no lo está. No lo está, sino no me encontraría aquí, actuando como una desequilibrada delante de tu familia, con un ser en el vientre y sollozando sin control, después de haber lanzado un vaso y de haber hecho caer la silla. Nada está bien, pero todos creen hacerse un favor al no hablar de esto y seguir con el pásame la sal, aquí tienes, qué pasó hoy en la oficina, cuéntanos Pao. Tomo el pan y continúo despedazándolo en silencio, imaginando como clavo mis uñas en tus ojos, rompiendo, triturándote con los dedos, forzándote a chillar, esperando con todas mis fuerzas un día despertarme y ya no estar aquí. 

Comentarios


bottom of page