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Como burbujas de champán

  • Foto del escritor: Última Plana
    Última Plana
  • 2 abr 2019
  • 3 Min. de lectura

Por Sara Moget


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Créditos a Getty Images

Abre ligeramente los ojos, deslumbrada por los primeros rayos de sol. Él deposita un beso con sabor a café sobre sus labios. Después, se va, dejando detrás de él, un perfume a la vez suave y bruto. Entonces, ella se vuelve a dormir apaciblemente, como después de haber escuchado una nana.


Se despierta de nuevo. Esta vez no está, pero sabe que pronto volverá. Pensando en su regreso, pone en marcha el tocadiscos. Jacques Brel. El disco está gastado, resulta imposible adivinar cuántas veces lo ha escuchado. Pero sigue. Sigue girando tan rápido como ella. No para, llevada por la voz potente del cantante que celebra el amor. Gira, gira, da vueltas sin parar. Gira tan rápido que las paredes parecen moverse con ella.


Afuera llueve. Se escucha el sonido de un trueno. Pero qué importa. Nada ni nadie puede ya afectarla. Está enamorada. Sí, el amor alcanzó su corazón. Desea no tener que dejar más esa habitación. Es su mundo. El de afuera no le importa. Es demasiado frío. Demasiado insípido. Los demás no entienden nada.


El disco ha sonado ya once veces. Entonces lo cambia y, con el mismo aire de Jacques Brel, escucha el bonito acento de Nina Simone interpretando Ne me quitte pas. No sólo oye, sino que siente la música. Está emocionada. Unas lágrimas ruedan sobre sus mejillas. Ne me quitte pas. Ella tampoco quiere que la deje. No lo aguantaría.


Sonríe mirando al cielo, ahora está soleado. ¡Ay qué tonta ha de parecer! Qué más da. Está feliz, nada más. No sabe si gritar, gritar tan alto como la cantante, pero conserva la calma. No quisiera darle envidia a los demás. En la vida hay que ser modesta. No todo el mundo ha tenido el honor de cruzar el camino de este hombre.


Él tiene una belleza única. Una belleza que intriga. ¿Qué hace este hombre tan diferente de los demás? Su sonrisa sin duda. Ningún hombre, ninguna mujer le había nunca sonreído de esa manera. Es un ser mágico. ¡No es mentira! Sus pobladas cejas producen una mirada misteriosa… Su frente… Tiene algo que lo hace diferente.


Cuando habla, siente su mirada de admiración posarse sobre ella. La escucha, lo sabe. Entonces sigue. Le cuenta su vida por fragmentos, sin orden, no sabe por qué, pero su boca habla sola. La devora, se siente devorada, no le disgusta, pero tiene miedo. Entonces lo aparta de ella, después lo retiene y esto acaba pareciendo un baile, un baile místico, que no tiene sentido, pero que tiene ritmo propio. Entonces gira con ella, con las paredes, dan vueltas juntos, no paran, sus cabezas giran también, pero siguen, siguen hasta derrumbarse sobre la cama, y allí, tampoco paran. Es como si estuviesen poseídos, no controlan sus cuerpos, poseídos por el deseo, poseídos por la pasión.


La besa despacio y poco a poco con fogosidad. Ella se deja ir, no se controla, no controla su deseo, ebria, como si hubiera bebido demasiado champán. No piensa en nada, sólo en sus labios, de los que no consigue escaparse. Se agarra a cada parte de su cuerpo, a lo que puede, no deja de buscar el contacto con su cuerpo, ¡ojalá nunca se vaya! Lo necesita, desea que no formen sino una sola persona. Ne me quitte pas… No me dejes…


Sabe que se despertará, esta vez de verdad, que esa insípida realidad la alcanzará. Entonces sigue agarrándose a él e intenta retrasar ese momento. Cierra los ojos con toda su fuerza, no piensa en nada más que en él, no piensa en el despertador ni en la dura realidad que la espera. Cierra los ojos con cada vez más fuerza para concentrarse en el momento presente, para vivir como nunca vivió. Vive. Duerme, pero vive. Y en cualquier momento se puede despertar.

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